Velasco y Marco: Entre un tratamiento tecnocrático y uno democrático

Cristian Jamett - Director Fundación Progresa-TarapacáPor: Cristian Jamett, Director Fundación Progresa-Tarapacá
Es un hecho que durante el actual gobierno de Bachelet no se podrán cumplir con una serie de demandas de las sociedad civil, algunas por no estar en el programa, como el tema de la asamblea constituyente, la despenalización del consumo de marihuana, royalty a la gran minería o nacionalización del cobre, etc. y otras porque propio tramite legislativo terminará por desnaturalizar el mandato popular otorgado al programa con el cual saliera electa, como lo sucedido con la reforma tributaria y posiblemente con el proyecto de reforma educacional en curso.
Los periodos presidenciales reducidos de 6 a 4 años a comienzos de la década del 2000 y la imposibilidad de reelección de los presidentes en ejercicio dificultan la posibilidad de realización de los aspectos programáticos que implican reformas al Estado, obligando a la reedición de la política de los acuerdos una y otra ves. Donde lo urgente termina por imponerse a lo importante para que nada cambié de forma sustantiva.
En la última encuesta CEP es posible identificar la consolidación de Marco Enríquez-Ominami como líder de la centro izquierda y entre el mundo independiente, y la emergencia del ex ministro de hacienda, Andrés Velasco. En otras palabras, una figura que viene a darle profundidad al proceso socio-cultural en curso, y otro que viene a otorgar un nuevo respiro a los sectores ultra conservadores en su anhelo por retomar tecnocráticamente las riendas de un fundo sublevado después del 2011, donde la sociedad civil logró abrir los cercos de lo político a la demanda social.
El hecho de separar lo económico de lo político, y a su vez lo político de lo social, es la formula predilecta de la tecnocracia elitista a la hora de gobernar, pues lo económico es una cosa de expertos, lo político de una élite y lo social es solo destinataria de políticas púbicas asistencialistas. Por ello no hay cosa que moleste más a un tecnócrata que el despertar de la sociedad.
El problema es que el enfermo está en peores condiciones y difícilmente se podrá recuperar desmembrando aún más cada una de sus extremidades, pues justamente el paciente está con fractura expuesta, producto de que en lo últimos 40 años sólo ha tenido como punto de reencuentro los eventos deportivos nacionales, pero no así de compartir el establecimiento educacional, de compartir el espacio público de la ciudad, etc. Un Chile fracturado que pocas veces en la historia ha tenido la posibilidad de comenzar a recibir el tratamiento necesario.
Al remedio tecnocrático, es necesario contraponer entonces un tratamiento democrático y democratizante de la sociedad chilena, es decir, pasar de una cosa de expertos que diseñan “transantiagos” para solucionar los problemas de la gente, a una que permita a la sociedad civil ser también participe de los cambios que Chile necesita con el objeto de lograr una articulación óptima con la sociedad política y económica. Y para eso no existe otra formula que escuchar al enfermo, preguntar por sus síntomas, por sus angustias, y que en nuestro caso no es otra cosa que sentarnos a nosotros mismos en el diván como sociedad.